miércoles, 31 de octubre de 2018

VIVENCIAS, ANÉCDOTAS, Y PERCANCES EN LA CAZA

Serpiente de la Península Ibérica 
Cuando un cazador lleva toda una vida pateando monte sesenta años cazando y ha nacido y vivido los primeros años en pleno campo, conviviendo con la fauna y flora y sigue en contacto con ella a través de la caza; cuenta con cientos de anécdotas, vivencias y percances de todo tipo y colores como para llenar un tren de mercancías, naturalmente me refiero al cazador de a pie como yo, que está o estaba lejos de los avances y comodidades que pudieran tener algunos afortunados que disponían de buenos equipos, medio de transporte adecuado, incluso coto propio con guardería incluida que abarcaba distintas necesidades para comodidad de los socios; tales como preparar la comida, cuidar y entrenar a los perros que solo veían los días de caza, en fin, muchas comodidades que no se daban en el cazador de a pie. El cazadero del pueblo era grande pero aunque se cazara la parte más lejana siempre se hacia andando, los cazadores tenemos fama de tener un físico resistente y de conservar en óptimas condiciones nuestros sentidos.


Con ocho años me había pateado todas las fincas del pueblo y buena parte del municipio, unas veces porque íbamos con el cura a dar misa a otros pueblos y a la vuelta me pateaba el terreno que a mi me gustaba, yo era monaguillo un poco cabroncete pero servía, no había otro y el cura me pasaba las perrerías que de vez en cuando le hacía, también salíamos en las fiestas, para pasar el domingo en otro pueblo, o para ir a trabajar al campo que en casa se cultivaba tierra perteneciente a tres pueblos o simplemente a dar vueltas que siempre me ha gustado la paz del campo y el cantar de los pájaros o la arrancada de una liebre del pirineo de esas grandes que te ponían el corazón a mil por hora o gozar viendo los bandos de perdices o las palomas torcaces surcando el cielo tan llamativas como vistosas.

En esta época la caza la contrataba una sociedad de Barcelona para cazar la perdiz, los cazadores del pueblo cazaban el resto y el pueblo destinaba el dinero en mejoras para la comunidad, a esta edad iba de morralero con los cazadores del pueblo, pero ya empezaba a salir alguna vez solo con la escopeta, era un arma de un cañón con un choque cilíndrico, lo más posible de dudosa procedencia, no recuerdo que tuviera marca y como es normal sin ningún tipo de documentación, por lo que siempre estábamos pendientes de la pareja de la G.C. ya que en alguna ocasión nos habíamos pegado alguna carrera para despistarlos sobretodo cuando cazábamos cerca de alguna carretera, a correr no nos ganaba nadie.

Como vivencias podría contar muchas con los años pero expondré las mejores: cazando con Pedro el primo de mi mujer y un podenco que solo le faltaba hablar, nos sacó un conejo de un zarzal que sin comprensión alguna fallamos los dos yendo a refugiarse en un gran montón de pacas de paja a unos veinte metros fuera del limite de nuestro coto, el podenco se introdujo varias veces en las pacas entre las ranuras sacándolo y escondiéndose otra vez en la paja y algunos tiros más hasta que al final el perro no salía, empezando a preocupados por él, ya más pendientes del perro que de el conejo, de pronto nos pasó el conejo entremedio de los dos con el consiguiente fallo a tan corta distancia burlándonos otra vez para refugiarse en un matorral cercano, salió el perro de la paja al oír los tiros, lo sacó otra vez y corriendo pude llegar a tiempo justo cuando el conejo intentaba subir un desnivel que de un disparo certero acabó con las carreras y su propia vida, haciendo cuentas calculamos que entre los dos aquel conejo se llevó más de una docena de tiros entre los dos algo totalmente inusual, pero que con humor hemos comentado varias veces.

En otra ocasión siendo más joven y cazando el conejo con un compañero bastante mayor que yo, en un barranco cerca del pueblo, nos dimos cuenta que la guardia civil nos había descubierto desde un camino de enfrente y que venían a por nosotros, cuando llegaron, nosotros habíamos bajado al fondo del pendiente refugiándonos bajo un hueco del terreno aguantando los dos perros que llevábamos con una mano, cerrándoles la boca para que no chillaran. La G.V. cabreados porque desaparecimos empezaron a tirar piedras grandes barranco abajo que bajaban a una velocidad infernal por todos lados y nosotros aguantando los perros como podíamos hasta que desistieron y después de largo rato y cerciorarnos de que el peligro había pasado nos decidimos a salir, un rato antes estábamos cagaditos de miedo, pero después nos cachondeábamos de ellos por haberles burlado.
Foto de mi juventud en Verdú (Lérida)

Un domingo, como otras tantas veces cazando en el coto de Verdú, en el que cacé dieciséis años seguidos, empecé por un bosque que había en el que siempre salían las torcaces y a primera hora le daba un repaso rápido por la parte baja del campo, que es por donde salían las palomas para después cazar sosegadamente el conejo, al final del bosquete terminaba nuestro coto y unos metros antes de llegar al final oigo unos gritos "¡fuera, fuera de aquí!" y no se que más, al momento aparece corriendo el guarda del coto colindante con su gorra y uniforme y me dice "¿estas ciego? Aquí no se puede cazar ¿no ves las placas?",  por lo visto los propietarios de los dos cotos hicieron un arreglo cambiándose dos pequeñas partes por lo que se alteraba unos metros la linea de división, después de tantos años cazándolo igual como iba a pensar a aquellas horas de la mañana y sin previo aviso de ninguna de las partes que aquella pequeña punta de tierra había sufrido tal alteración, me disculpé y el guarda de malos modos se alejó. Me sentó muy mal que me avasallara de aquella manera y pensé para mi, esto me lo voy a cobrar, a partir de entonces me cobré de sobras aquella mala educación de aquel individuo con la ventaja de que desde donde yo cazaba podía observar buena parte de su coto y ver donde el estaba situado para cometer alguna pequeña fechoría; una de ellas fue entrar en su coto varias veces al anochecer a tirar las palomas que ya tenia controladas, otra tirar las perdices dentro de su coto al atardecer siempre en días como San Esteban que las cosas están pausadas, otra fue huronear madrigueras cercanas a mi coto en días de niebla y también pasar por un camino de su coto que daba al nuestro para espantar las perdices para que entraran en el nuestro y tirarlas, como algo se olía, un día me esperaba detrás de una mata en la misma linea de partición pero me di cuenta y al llegar a unos treinta metros de su altura hice el amago de apuntar en su dirección como si se tratara de un pájaro y salió chillando con las manos en alto y le digo "hombre de Dios como hace usted esas imprudencias" dirán ustedes, es usted un poco cabroncete, bueno tal vez tengan algo de razón pero siempre se consigue mejores resultados con educación y buen hacer que con insultos y mala leche y un escarmiento siempre da resultado si es inofensivo.

En la caza como en casi todos los deportes de campo se sufren percances y muchas veces es por no respetar lo suficiente la naturaleza, que en la mayoría de veces, ella misma nos avisa, somos conocedores del campo y lo que representa la tierra mojada, la niebla, el viento, el calor o la lluvia  en cada ocasión, pero a veces nuestra tozudez nos incita a no respetar las normas y nos exponemos a sufrir algún accidente. Recuerdo un día de caza con mi amigo Pedro también en Verdú (Lérida) después de una noche de invierno lluviosa y con el suelo empapado empezamos a cazar un pendiente, tiramos una paloma y no habíamos hecho trescientos metros, Pedro por no desviarse un pelín pasó por encima de una piedra grande mojada que con tanta mala fortuna resbaló cayendo él y escopeta encima de la piedra, al llevar la escopeta en la mano sin soltarla apoyó la mano y el arma en la piedra para amortiguar el golpe, pero la casualidad quiso que el dedo mayor quedara entre la piedra y el guardamonte del arma y este se encargó de magullárselo (y de que manera), pasado un rato, intentamos rehacer la cacería pero el dolor cada vez se agudizaba más y más, nos paramos y me comentó el gran dolor que sufría y que no sabia porque, pero que su miembro se había puesto en total erección, él no lo comprendía ni yo tampoco achacándolo al dolor, visto el panorama decidimos cortar la jornada y nos dirigimos a ver el médico en Barcelona, cuando el doctor vió la radiografía nos dijo que tenía mal arreglo y que el hueso estaba hecho añicos, después de vendárselo le recomendó reposo total del dedo, con molestias que duraron una larga temporada. Hacerse daño es fácil, curarlo lleva tiempo.
Mi actual perra Neska trabajando una perdiz

En otra ocasión después de una mañana de caza al conejo con un calor asfixsiante, decidimos que era hora de comer, al acercarnos al coche en un montón de piedras, la perra señalaba un conejo y Pedro me dijo "déjalo, vamos a comer que ya es hora" pero la impaciencia de la juventud hizo que me subiera a las piedras para ver un posible agujero para el escape del conejo, cansado y con la cabeza espesa por la fatiga y el calor resbalé, cayendo de espalda con el resultado de una costilla rota. Comimos y después volvimos a darle otra mano con el hurón cometiendo toda clase de imprudencias hasta terminar la tarde, recogimos y nos fuimos hacia casa, pero el dolor no cesaba, por lo que acudimos al médico y nos confirmó que era una costilla astillada que pinchaba muy cerca del pulmón, lo que agrababa el accidente, como es natural el medico preguntó como había sucedido y le contamos que fue una caída cazando encima de unas piedras, la excesiva afición junto a la irresponsabilidad de una loca juventud me podía jugar una mala pasada que por suerte Dios me protegió de ella, como es natural no le contamos al médico que seguimos cazando después del batacazo, porque nos habría tratado de locos y no le habría faltado razón y aunque siempre pueden pasar cosas ser prudente es muy importante y sobre todo cuando uno ha traspasado la barrera de los setenta, aún lo tiene más claro.

A veces no hace falta que te hagas daño para recibir uno de los sustos más grandes de tu vida, recuerdo una vez cazando con Pedro 1º, es decir, con el primer compañero, ya que después he cazado con otro que también se llama Pedro y otro José, pues como decía, era a principios de temporada hacia el medio día, con un sol de justicia, ladeábamos un margen de unos tres metros de alto, él por arriba y yo por abajo, en la parte baja había un escalón de un metro de altura que me llegaba a la altura del pecho, cubierto de broza y hierva, total, un lugar excelente en aquella hora del día para que hubiera un conejo encamado, que en aquella época abundaban bastante. Rozando el margen despacito y vigilante andaba atento, cuando de pronto, se levanta una serpiente de una embergadura que pocas veces había visto, recta como un palo a un metro de mí con la boca abierta, sobrepasaba mi altura, creo que en aquel momento si me pinchan no saco gota de sangre, dios, que bicharraco, reaccioné muy rápido y casi le corté el cuello de una perdigonada, nunca me han hecho gracia estos bichos y ya serenado le conté a mi compañero lo sucedido, él se reía diciendo que no exagerara tanto, asi que, cogí un palo y se la tiré a sus pies, del salto que pegó casi baja el barranquete volando, con una blasfemia que le salió de la boca, la cual en este momento no recuerdo y no era hombre de blasfemar ya que era un jefe de banca y muy educado, para que os hagáis una idea el grueso de la serpiente era como mi muñeca, la de un hombre normal, con más de un metro de larga.

Con tantos años de pisar monte son tantas las vivencias, anécdotas y percances vividos que llenarían un libro y posiblemente faltarían algunas hojas. Me encantaría si alguno de ustedes tiene alguna anécdota nos la contara, ya que en la caza siempre hay alguna. Un abrazo a tod@s.

Como casi siempre os dejo un enlace a través de CLUB de CAZA

La lluvia provoca una plaga de setas mortales


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